27.

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La infancia es una caja infinita de recuerdos.

De niño, compartí pieza con mi hermana la Yeya. Las camas se ordenaron de distintas maneras, desde las dos mirando para la puerta hasta las dos en paralelo hacia la ventana. Eso ocurrió cuando sacaron el televisor –probablemente blanco y negro- de la pieza. En ese espacio, mi cama quedaba cercana a la puerta. Luego, en alguna instancia desconocida, decidí que la almohada iría a los pies, quedando mi vista al dormir hacia la ventana y en el techo se dibujaba los resabios de una luz prendida. Luego, cuando tuve un dormitorio, mi pieza quedaba cercana al living y desde ahí por muchos años la puerta quedaba entre abierta para que los perros tuvieran libre acceso a la pieza. Luego, cuando la acumulación de objetos adolescentes y la llegada del computador marcó un único lugar para la cama, mi pieza era un habitáculo que recibía la luz del tubo fluorecente de la cocina hasta quedarme dormido. Seguí creciendo y quien apagaba la luz de la cocina y corroboraba el cierre del portón y de la puerta de la casa, fui yo. En todo este transitar siempre hubo una presencia con la cual compartí el habitar nocturno: mi madre. Ella deambulaba en un amanecer de ideas nocturnas, como si fuese necesario para poder transitar el compartir del día, una constelación de horas silenciosas, en donde el cuerpo compartía el habitar en un conjunto de cuerpos descansando. En ese espacio transitaban juegos, imaginarios ensoñados, lecturas y sonidos nocturnos plagados de teclados y cucharas revolviendo la taza.

Ayer me acordé de ti, madre. Me acordé de la madre que acuesta a sus hijos, de la madre que duerme menos que los infantes. Esa madre que se quedaba en la cocina living despierta. El recuerdo es borroso, como el olor que podía emanar la cocina. Te recuerdo cocinando la “cola de mono” (bebida navideña en base a aguardiente y leche condensada) las noches antes de navidad. Siempre quedaban un par de botellas plásticas rellenas de “cola de mono para los niños”, la versión cero alcohol, dulce y aromatizada por el clavo de olor hervido. Probablemente aquí se inició una adicción al café perdurable hasta el día de hoy. Te recuerdo cociendo un traje para el acto cívico del colegio. Un traje de pájaro hecho a base de un material similar al de que están hechos los colchones. Hoy sé que aquello es llamado esponja. La luz del comedor cocina prendida y desde mi cama veo cómo entra rebotando los destellos de iluminación nocturna. Existe un libro llamado “Iluminaciones”, de un tal Rimbaud, comprado en el último año de escolaridad probablemente en la librería cercana a la Iglesia de San Franscisco, frente a calle Estado. Ahí también compré «Cartas al padre» de Franz Kafka; libros que deben estar en mi pieza.

Ayer me dijiste que hoy es el segundo día más importante de tu vida, siendo el primero el día en que la Yeya nació (7 de enero del 87). Esa frase me llevó a otras circunstancias de aniversario, en donde tú rememorando a mi abuela, la Mamatella, decías “mi madre siempre decía que no hay cumpleaños sin torta». Y eso me movilizó. Me hizo pensar en que el estar actualmente en Buenos Aires, sin ustedes, sería muy probable que nadie comprase una torta en mi nombre. Y me acordé de ti, en la cocina y nosotros pequeños jugando con la masa de los calzones rotos o practicando las rosquillas que se guardaban en la caja de galletas enviada desde Punta Arenas por el Roly. La memoria elige cómo saltear las imágenes; elige el cómo contar lo que transcurre en el interior. Es probable que la noche previa a la celebración de un cumpleaños te hayas quedado sola, despierta, cocinando algo rico para ser devorado con un conjunto de minúsculos seres. Porque cocinar es un actor de compartir el amor, la dulzura, el tiempo y también la vida experimentada. Hay en la cocina un oído abierto a la escucha, unos ojos predispuestos –atentos- ante los detalles de las acciones que llevan a la creación de una obra destinada al placer. Todo esto recordé y evoqué y dije ¿por qué no? Y decidí hacer mi propia dulzura con lo que tenía a mano. Un destello de sabores que aún no pruebo, un castillo para mantener las luces de velas destellantes. Decidí realizar mi propia torta de cumpleaños: una tarta de ricota. Un pastel de ricota, un tesoro de otras tierras –las de acá, las de inmigrantes que portan su pasado mediante sus comidas, sus recetas-. Una tarta de Ricota que es una caricia a la memoria. Al amor recibido y entregado. Un modo de decir estamos vivos para compartirnos. El gesto de pensar en otras bocas, otros paladares.

A lo largo de este año aprendí a confiar en mis manos. Que mis manos no sólo sirven para escribir y teclear; o cortar el aire para explicar. Mis manos son útiles, pendientes de los oficios y los quehaceres, dátiles en su entrega. Que la distancia familiar hace que aparezcan los gestos de los amados en el propio cuerpo. Como cuando descubrí que comía las naranjas al igual que el Papalucho, de tí llevo ese noctámbulo necesario para poder entregarse. Porque el exilio cotidiano es necesario, así como las evocaciones de los seres amados.

Hoy, hice por vez primera un “postre”. Aún nadie la prueba y puedo asegurar que nadie la encontrará mala, ya que en ella está disponible el amor de los recuerdos que me dejan sostener el día a día, que me trasladan entre océanos y que hace de mi habla una mezcla sudaca. Expongo la diabetes de mi padre en el exceso de una vida gozada, permito la presencia de un colon irritable. Hoy mis manos han cocinado, ya no sólo palabras ni comidas; han cocinado amores que hacen de éste día una celebración: el día en que permití dibujar una sonrisa en ti, Marcela; en ti Basilio.

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O.R.G.I.A.

PORTADA

O.R.G.I.A.

Muchas veces a la semana pienso en O.R.G.I.A., desde distintos prismas. Algo así como una pulsión inmediata de asociar muchos momentos con posibles acciones a realizar con el grupo.

Lo primero que pienso al pensar en O.R.G.I.A. es desde el significado del acrónimo (Organización de representación grupal e intervención artística) y la definición diccionario de “orgia” (festín en que se come y bebe inmoderadamente y se cometen otros excesos), como si aquello sirviera de algo para definir el “ente” que es nombrado. Ésta reflexión puede ser muy útil, sobre todo si es vista desde un lugar reflexivo para otorgar cimientos de identidad grupal. En este ámbito, destacaría el origen latino de orgĭa, “fiesta de Baco”, nombre en griego del dios Dionisio, dios de la vendimia y el vino, patrón de la agricultura y, adivinen… el teatro. ¿Es necesario seguir preguntándonos porqué “O.R.G.I.A.”? No lo creo.

Acudo a la memoria y tengo la tentación de revisar las primeras veces de escritura compartida en el grupo de Facebook. La memoria me brinda imágenes del cómo se dio desde una sugerencia a una aceptación y luego a una justificación para en ese momento decidir decir “somos O.R.G.I.A.”. De aquel hecho han pasado casi cinco meses; hemos terminado el seminario de Teatro Sanitario de Operaciones (T.S.O.) que nos presentó y llegamos a una etapa en la cual muchos de los integrantes –por no decir todos– sentimos que debemos hacernos responsables de la energía grupal. Tal vez cruzamos la ansiedad parecida a las preguntas de la adultez “¿qué haré de mi vida?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué queremos?”, preguntas a las que es difícil otorgar una sola respuesta, más si somos un grupo tan numeroso y heterogéneo.


Escribí los tres párrafos anteriores merodeando la medianoche. Los volví a leer y modifiqué ciertas líneas. Y luego de dar una larga vuelta por lecturas cibernéticas, videos, imágenes y otros estímulos que invitan a la reflexión, caigo en gracia que todo lo anterior olvida la parte importante para realizar aquello llamado grupo: el cuerpo. Esto es una bofetada a mi letralidad, al modo de acercar lo indefinible al acceso permitido por las palabras. O.R.G.I.A. no tiene porqué definirse para accionar, O.R.G.I.A. (y en escribir cada letra con su punto hace que aparezca un ritmo corporal en la escritura) brinda que las palabras y las acciones acudan desde la mezcla corporal que asiste. Por ello, intentar definir sus participantes siempre será desde el lugar en que decidamos compartir nuestra presencia. Esto hace de O.R.G.I.A. un espacio abierto a quienes han tenido la intensión de acercarse al lenguaje que buscamos. Escribo esto e inmediatamente me contradigo, porque todos los que participamos del grupo en sí tenemos un lenguaje que brindamos a lo grupal.


Aún no tenemos claro qué es lo que queremos comunicar porque nuestra primera comunicación no es la palabra, sino la presencia. Un grupo de más de veinte integrantes, podrá ser en ocasiones de tres o cuatro, seguirá siendo O.R.G.I.A., porque desde aquellos encuentros saldrá lo expuesto. Entonces O.R.G.I.A. se convierte en un modo de emitir energía grupal, y ese es el primer proceso de construcción, que no sabemos cuándo terminará.


Tener la posibilidad de ser partícipe de un lugar de entrenamiento, investigación, laboratorio, que incluya la diversidad en un sentido exagerado, hace de O.R.G.I.A. un lugar por construir en su totalidad.


O.R.G.I.A. es un pedazo de arcilla que irá tomando forma según las manifestaciones de sus integrantes. Cada uno moldeará un pedazo, componiendo una figura que hablará por sus rasgos, sus texturas, más que por su forma. Porque O.R.G.I.A. es imaginaria, y ahí radica su potencia: es nuestra, y sólo nosotros decidiremos cuándo destruirla.


¿Cambiar? No. O.R.G.I.A. es un juguete rabioso, un marasmo de plumas, un río creciente y subterráneo. La mueve la alegría del libre albedrío, del infante descubriendo objetos fijados. Comete el exceso, la impunidad, el desgarbo de los primeros pasos. Nos permite disfrutar caminar entre nieblas, ya que el temblor de los primeros pasos darán ruta para recorrer las geografías conquistadas. Paso a paso, lentamente. Lentamente.

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«Kotidiana»

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Hoy, a las 22:30 horas,  presentamos “Kotidiana”, obra del Grupo Teatro Sanitario de Operaciones, actuada por el grupo dos del Seminario TSO 2015.

El año pasado, cuando asistí a “CABA” en compañía de Simona, salí con una alegría distinta, una especie de encontrar un modo de hacer  y realizar un espectáculo que invitaba a la vivencia corporal, en donde la calidad de espectador se dejaba evaporar, permeabilizaba el lugar de los nombres, y producía una incomodidad ante un significado corrido; la seguridad del testigo.

De aquella experiencia ha pasado poco más de un año, y hoy, tras cursar el seminario del TSO, me toca a mí estar al otro lado del río.

Nunca hice teatro. Nunca actué ni estuve exponiéndome ante un público que no fuese una sala de clases, una conferencia o algo en donde el refugio lo otorga el discurso.

Mi puntapié ha sido la Literatura y la escritura, más no la comunicación por medio del cuerpo. Esto también es rebatible, como lo es el repasar los pasos dados. Pero nunca hice teatro, nunca me entrené teatralmente. Pero aquí aparecen las lecturas, los hechos que fueron construyendo un camino de apuestas hacia una transformación lenta y buscada.

El 2011, en una combi de Viacha a El Alto, en La Paz Bolivia, sentado entre mujeres de polleras y sombrero, leía una fotocopia de un libro de Eugenio Barba, no recuerdo cuál era, pero que gracias a Jerry Galarreta, conseguí. En ese libro había un texto en el que Eugenio habla sobre sus primeros encuentros con Jerzy Grotowski, y en particular por una pregunta que venía de cajón a Barba, el estudiante de Literatura que viajaba hasta un poblado de Polonia para conocer a Jerzy: “¿Cuándo fue la primera vez apareció el teatro en tu vida?”. A esta pregunta el joven Barba contesta con los primeros espectáculos de la adolescencia, el paso de grupos nómades que aparecían en las plazas de su juventud. Grotowski lo escuchó, lo dejó hablar y luego de mucho contar sobre espectáculos vistos, compañías y trabajos de actores que lo han fascinado, le lanza un hilo de pescar con una carnada mortal: “Recuerda siempre el inicio de las cosas y encontrarás siempre un nuevo lugar desde el cual comenzar”.

Cuando leí esa frase, levanté la mirada de la fotocopia y me pregunté por el cómo había llegado allí, a estar en una combi a cuatro mil metros de altura leyendo a Barba y entrevistando a quienes hacían teatro en Bolivia. Miré por la ventana y entre el amarillo de la tierra y el celeste cielo con nubes que parecen posibles de tocar, me dejé llevar por la memoria. ¿Cuándo fue la primera vez que apareció el Teatro en mi vida?

Siempre que vuelvo a esa pregunta descubro un nuevo inicio. Josefina Báez, en Lima, durante el Cuarto Festival de Teatro Internacional UCSur, me invita a participar del taller que impartía un domingo por la mañana, a eso de las ocho am. luego de la fiesta de cierre. Lo primero que pienso es no voy a llegar, me quedaré dormido. Le respondo eso, además de decir que yo no hago teatro. Con la caricia dominicana de sus movimientos y hablar, me mira y dice algo parecido a ¿¡Quién te dijo eso!? Y tenía razón, nadie me había dicho eso; no podía contestar con ningún fundamento más que decir que yo mismo me había prohibido creer que podía.

Esa mañana me levanté temprano, participé del entrenamiento y sentí una potencia que no había vivido. Un sentir corporal distinto al goce de escribir y la lectura. Era un goce similar al de los partidos de futbol durante los recreos en el colegio. Ese encuentro y empuje de Josefina Báez, es uno de los “primeros inicios” que luego dio paso a la realización de El Quijote no existe, de Jorge Díaz. Eso fue el 2009, han pasado seis años y cada vez descubro nuevos inicios en este camino.

Hoy descubro un nuevo inicio, que se suman a todas las veces que he descubierto nuevos inicios. Vienen a mí los recuerdos de los espectáculos de circo que gracias a mi tío Jaime podíamos asistir. Recuerdo los bailes de año nuevo de la infancia. Recuerdo el sonido de la licuadora en la cocina de mi madre. Recuerdo muchos inicios. Todos ellos estarán hoy, repartidos en la oscuridad silenciosa de la fábrica.

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Justicia para Víctor Velázquez

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No puedo dejar de compartir la energía inagotable de José Velázquez, amigo y compañero, porque su lucha es la lucha de muchos omitidos. El martes estaremos con él y su familia pidiendo la reapertura de la causa frente a la Fiscalía de Quilmes (JUSTICIA POR EL ASESINATO DE VICTOR HUGO VELAZQUEZ).

A continuación dejo la nota realizada por el noticieron Amética TV:
https://www.youtube.com/watch?v=EJI9NekcxNk

A José Velázquez

Con las manos torcidas
Con las piernas apretadas
Con el mentón abstraído
En nubes de humo
En aires pedantes
En condiciones inoperantes
Así se siente mi cuerpo
Así se sienten mis huesos
Caídos
Desojados
Aspirados de su alma
Con un cuerpo vaciado hasta la médula
Con un aire a tabasco en los labios
Con un aroma a cebada en la mirada
Ahí sigue la sonrisa, clavada en mi retina
Como se clavó tu ida en mi garganta.
Temí por los mañana que nunca tuvimos
Temí por los que no se han ido y los que vendrán.
Me puse a caminar por escombros buscando basuras que recordaran tus ayeres
Solidifiqué mi pena y la hice arcilla
Sin saber ni con qué fuerza ni manos
Comencé a enmendar el tiempo del llanto
Comencé a mirarte a los ojos,
A esos ojos vacíos de viento
A esos ojos culminados
Vi pequeños destellos que alumbraban en tus margaritas veinteañeras
Tropecé con el musgo de tus zapatos
Cabeceé el centro que yo mismo lancé
Hice bandera tu erguida espalda y la comencé a lavar
A lavar a lavar a lavar a lavar
Refregué, estrujé, lavé, estrujé, colgué y repetí la acción cada día, cada noche
Cada noche de reyes magos
Cada noche que me robaron una estrella para abrazar
cada deseo postergado del año anterior
reposa hoy en lo que tú hubieses deseado
y no sé quién sigo siendo ni quien he dejado ser
presiento que la sangre se me mezcló con odio, rencor y pena
rabia, mucha rabia, calma y ganas de llorar
respiro, y el ritmo no me pertenece
Miro al barrio que te vio partir y no me pertenece
Repaso las fotos, la música
Y los hielos convierten en agua el fernet.
Presiento que no tengo mirada
y hasta el modo de abrazar el termo ya no es el mío.
Sacudo mis caderas en pos de vaciar la suciedad de mi corazón.
Dos disparos
Un cumpleaños
¿y el amor? ¿ah?
Y el amor
Dónde mierda tengo el amor, dónde carajo queda aquello que llaman perdón,
Aquello que llaman respeto y que infunde tanta mentira
Tanta burda caída.
Tanta cancha compartida
Hay casa, hay barrio, hay cejas y pestañas que llevan tu aroma.
Si esto es la muerte
Si la vida es seguir pidiendo justicia
No lo sé
Pero mi cuerpo no se cansa
Mi cuerpo, no
Mi cuerpo cabalga,
Se agita
Hierve y heda
Aúlla en cada paso el repiquetear de tu erre
Victorrrrrrrrr
Victorrrrrrr
y victor se transforma en vector
en victoria
en que por más que hayan ahuyentado tu sombra
tranformó la mía en la de un gigante
y por vos doblegaré mi espalda
porque si no hay victoria no habrá paz
y sin paz
sin paz
sin paz ya no hay justicia,
porque la justicia no sabe de venas pero si de sangre
ni supo compartir una mesa.
Porque tú serás la sonrisa que animará
Todas las mañanas
Y serás el frescor de la cerveza fría en las noches de enero
Y brindaré en tu nombre y el mío
Y ya no habrá lágrimas
Habrá sudor de perseguidor
Y bailes eternos
En mis pies pegados al lodo
Al fango de la vejez
Que no cubrirán
El brillo de tus ojos ocultos en mi mirada
Porque yo te presentaré el mundo
Que nos negaron
Ese mundo que imaginamos
Y que hoy no hay realidad que pueda hacerlo desaparecer
Porque no hay balas que puedan destruir nuestra memoria.

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Viaje al Oriente

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Quedan pocas horas en la vertiente oriental del Río de la Plata. Uruguay, así le dicen a este país con alma de poblado. Un pequeño capricho inglés para que los grandes no se agarren a golpes. Una aldea perteneciente a un continente con tantos metros por personas que aquí el ahogo es un capricho no comprendido.

Uruguay. Cinco días y en uno solo llegar al atlántico. En verdad no quiero hablar del viaje, sino de algunos apuntes tras días de calle -tan así que rompí las sandalias-.

– No olvidar el placer de escribir. Teatro, novela, poesía, lo que sea. Voh, escribe mierda.

– Si nadie te monta por que no es un manual, hazlo tú.

– País chico tiene la impronta para hablar de lo grande.

– ¿A quién le importamos? A nadie, así que podemos hacer lo que queramos.

– ¿Para qué hacer teatro? para incomodar.

– El teatro debe confrontar al teatro.

– Si no lo hacemos por gusto, mejor no hacerlo.

– Si quiero vivir de lo que hago, tengo que darle impronta y la importancia que se merece.

– Si tú no estás en la obra que escribes, no hablas. Punto.

– Un grupo que encontró la entretención en la escritura.

– Verbos útiles: dudar, conjeturar, verificar y modificar.

– Acciones recomendables: eliminar algún paisaje, refutarlo, ocultarlo, o desplazarlo a otra parte.

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(octubre 2014)

Donde Nada (H)era – Quince Años De Teatro Libertario – Diego La Hoz

Portada libro

Portada libro

DONDE NADA (H)ERA es el libro del grupo peruano de teatro Espacio Libre que desde 1999 se ejercita en la práctica libertaria y cotidiana del hacer teatral. En él encontrarán memorias, encuentros, desencuentros, y una larga fila de testigos, que no permitirán que la historia se convierta en fábula oportuna. De esas, ya tenemos muchas en otros libros. El libro de EspacioLibre se piensa a sí mismo. En este tiempo. En este espacio. En esta patria de todos y todas los ciudadanos creadores. EspacioLibre hace y se piensa. Hace y se vuelve a pensar. (Recopilación, selección y textos de Diego La Hoz).

El libro lo pueden leer de modo online en el siguiente link:

http://issuu.com/espaciolibreteatroperu/docs/donde_nada__h_era_-_libro_teatro_pe

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Espacio Libre, es un ejemplo de hidalgía. En un esfuerzo de celebración y de capacidad de convocatoria, ha organizado, editado y publicado un libro de fiesta, a raíz de la excusa no menos importante de cumplir 16 años de experimentación teatral.

El libro autogestionado, a lo largo de sus 280 páginas, comunica las raíces ocultas del crecimiento. Expone los abrazos distantes, revisita testimonios, acompañados de reflexión ante el oficio y la emoción del compartir. Cabe destacar el modo en que han sido agrupado los escritos, ya que permite que los lectores puedan ir y venir según la ruta que decita tomar. Ordena las voces y sus palabras como si compusiera un mapa mundi de la historia del grupo. De ese modo, podemos iniciar la ruta leyendo las palabras de Ernesto Ráez (8) y luego saltar a los «Apuntes (tras)nacionales» (120), para luego disfrutar de los textos teatrales (187) y volver para cruzar los puentes colgantes (42).

Agradezco la oportunidad de estar en este libro (Río Creciente (pág. 45)), porque me hace sentir parte de un mundo creado, un mundo ficticio y por ende «nuestro», el cual más allá de los avatares del cotidiano, seguirá girando para que otras voces se sumen a la maravillosa bicicleta que es Espacio Libre Teatro.

MS.