Irrupciones – 22 – Mario Levrero

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Pensar las cosas por uno mismo es una pérdida de tiempo y, más grave aún, una fuente de error. La propia experiencia, llena de subjetividad, pocas veces es un buen punto de partida; y las propias reflexiones sobre ese punto de partida casi siempre están teñidas por los errores cometidos al examinar otras experiencias en el pasado. Es así que se forman muchos prejuicios y se realimenta la cadena de errores, hasta que uno llega a estar equivocado en la mayor parte de las cosas. Por eso conviene prestar atención a la cultura, es decir, a la experiencia colectiva, y tener la flexibilidad suficiente como para comparar esos datos con la propia experiencia y los propios prejuicios, y permitir que el pensamiento fruto de la propia experiencia se modifique hasta donde sea posible, y deseable, en base a la experiencia colectiva.

En el otro extremo del espectro están aquellos que no saben pensar por sí mismos y que no reflexionan a partir de los datos de la percepción propia y de la experiencia propia. Son los que no pierden tiempo. Son los más eficaces y los más exitosos. Siempre consiguen lo que quieren y lo hacen de la forma más rápida y económica posible. Son los que todo lo aprendieron y los que, desde cierto punto de vista, apenas, o nada, vivieron. Forman legión; y así va el mundo.

No importa cuál sea la circunstancia, ni de cual hecho se trate: simplemente me ve a mí y se coloca imaginariamente en un ring de box, así comienza una discusión que puede llevar bastante tiempo   exactamente hasta que yo me dé cuenta de cuál es el juego  . Es su forma de comunicarse, por oposición, avanzando penosamente, a los empujones. Cuando me doy cuenta, me alejo, pensando que me ha hecho perder el tiempo.

Por algún motivo, la experiencia no me ayuda, y en algún momento vuelve a crearse la misma situación, y yo vuelvo a tratar de ser lógico y veraz                                      sin ver el ring.

***

      me dijo una vez el hombre sabio   haces un pozo y lo profundizas más y más, hasta que descubres que no puedes salir. Entonces te asustas y, para tratar de salir, en lugar de pedir a alguien que te dé una mano o que te arroje una cuerda, sigues escarbando hacia abajo.

***

Ella era una mujer bastante joven, con un defecto físico. Él era un hombre de apariencia normal. Iban tomados de la mano, o más bien parecía que él la llevaba de la mano a ella; guardaba cierta distancia, y era como si el brazo de ella en vez de brazo fuera una correa, y él la llevara atada a la correa. Él tenía la actitud de quien saca a pasear a un perro o, más exactamente, a un sapo.


Levrero, Mario. «22», en Irrupciones. Criatura Editora. Buenos Aires, 2013.

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Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004). Uno de los autores más relevantes de la narrativa uruguaya contemporánea, su obra, todavía por descubrirse cabalmente, ha ganado un lugar de importancia también extrafronteras.

Trabajó como librero, guionista de cómics, humorista, creador de juegos de ingenio y crucigramas, además de ser autor de una amplia obra literaria que abarca el cuento, la novela y comprende incluso un Manual de parapsicología. En el año 2000 obtuvo una beca Guggenheim, que resultó en la publicación póstuma de su obra consagratoria, La novela luminosa (2005).